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El Románico I: Arquitectura
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(www.geocities.com/romanicojeda/introduccion.htm)


El uso del término "románico" para indicar el arte que se desarrolla durante el Alto Medioevo en Europa occidental fue propuesto por primera vez en 1824, por el arqueólogo francés De Caumont, y enseguida tuvo éxito. La palabra intentaba expresar de manera sintética dos conceptos: la semejanza entre el proceso de formación de las lenguas "romances" (español, francés, italiano), formadas mezclando el latín popular con los idiomas de los invasores germánicos, y el de las artes figurativas, realizadas, en los mismos países y por el mismo tiempo, uniendo cuanto quedaba de la gran tradición artística romana con las técnicas y tendencias bárbaras; y -segundo concepto- la supuesta aspiración de este nuevo arte de empalmar con el de la antigua Roma. Existe, en tal razonamiento, una parte de verdad y otra de falsedad. El arte románico utiliza, efectivamente, elementos romanos y germánicos, pero también bizantinos, islámicos y armenios. Y, sobre todo, lo que crea es esencialmente original.

Inicialmente, el término "románico" incluía todas las manifestaciones artísticas de la Europa occidental comprendidas entre los siglos VIII y XIII. Después, pareció cada vez más arbitrario mantener bajo la misma etiqueta todas las realizaciones de un tan amplio período de tiempo. Ciertamente, mostraban muchos elementos en común, pero también tenían notables diferencias fundamentales. Al período entre los siglos XI y XIII es al que aplicamos nosotros el término de "románico". Hubo después continuaciones, sobre todo en las zonas periféricas, con respecto al gran florecimiento románico, florecimiento que tuvo por marco en su período de máximo esplendor a toda la Europa occidental y en gran parte de la central. Existieron asimismo, anteriormente, períodos artísticos que merecen ser considerados como autónomos: el arte visigodo, el asturiano y el mozárabe (en la España de los siglos VII-XI), el carolingio (en la Europa central del siglo IX) y el otónico (en la Alemania del siglo X).

ARQUITECTURA

Las realizaciones de la arquitectura románica son en casi toda Europa, muy numerosas. Y presentan una muy amplia casuística de soluciones particulares y regionales. Si queremos extraer de tan amplio tornasolado universo una serie de indicaciones que sirvan como guía para el reconocimiento de sus edificios, es necesario, antes de nada establecer unos puntos firmes. Cuatro de ellos se pueden indicar con suficiente precisión y validez casi general.

Primero, la presencia de un edificio típico, fundamental para la arquitectura románica como lo es el templo para la griega: la iglesia.

Segundo, un problema técnico central, en torno al cual gira todo el proyecto y la construcción del edificio románico: la cobertura del espacio mediante bóvedas, es decir, con estructuras curvas de piedra.

Tercero, la afirmación de una concepción estética favorable a construcciones articuladas y macizas, con fuertes efectos de claroscuro y luces rasantes que penetran por escasas y estrechas aberturas, con toscos materiales de acabado.

Cuarto, la existencia de una jerarquía entre las artes que hace de la arquitectura la actividad dominante, a la cual están subordinadas las demás: pintura, escultura y mosaico.

La primera de estas circunstancias, es decir, la presencia de la iglesia como edificio principal del período, se da por descontada. En una época de fuerte, incluso devoradora, religiosidad, y en la que la Iglesia era, con mucho la organización más rica, más culta, modernamente equipada y omnipresente, no podía ser de otra manera. Los puntos tercero y cuarto son ya criterios válidos para el reconocimiento de los edificios de la época. El elemento central y fundamental es sin embargo, el de la cobertura. Partiendo de las características y de las necesidades de una cubierta en bóveda, los maestros de las obras y las maestranzas medievales elaboraron un sistema constructivo y formal coherente en cada una de sus partes: o sea, un estilo.

Básicamente, una bóveda no es más que una suma de arcos: una superficie curva que recibe un peso en su parte más alta y lo transmite a su parte más baja haciéndole seguir la curva que ella misma describe. Por ésta su naturaleza, puede estar constituida por pequeños bloques de piedra que permanecen mutuamente en equilibrio recibiendo cada uno el empuje del bloque superior y transmitiéndolo al inferior.

Estos empujes se descargan de la bóveda sobre los apoyos, los cuales reciben un empuje lateral que tiende a desplazarlos hacia el exterior. Está claro, por ello , que una bóveda no puede concebirse independientemente. Es necesario pensarla dentro de un organismo capaz de absorber los empujes que provoca.

Por tanto, lo que determina el sistema es precisamente el mutuo y férreo juego de empujes y contra-empujes generado por la forma de la bóveda.

Las bóvedas usadas en período románico son de distintos tipos. Muy difundida, sobre todo en Francia, es la bóveda de cañón, semicilíndrica, la más simple de todas. Pero la típica bóveda románica es la llamada de arista. Conocida ya por los romanos, la bóveda de arista deriva del cruce en ángulo recto de dos bóvedas de cañón. De ello resulta una figura cuadrada, con cuatro arcos semicirculares en los lados y dos arcos elípticos a lo largo de las diagonales.

Contrariamente a la bóveda de cañón, que sólo puede apoyarse sobre otro arco o sobre una pared continua, la bóveda de arista sugiere con naturalidad, como puntos de apoyo, cuatro pilares, o columnas, en los ángulos de bóveda. He aquí la gran ventaja: la bóveda de arista se puede componer en todas direcciones.

Img: estudio de perspectiva de bóveda de arista. Ver página relacionada

De la unión de la bóveda de arista con sus soportes nace el otro gran concepto de la arquitectura románica: el tramo. Es decir, el elemento que se puede combinar para formar el organismo de la iglesia. Podemos describir el típico tramo románico, en su forma y funcionamiento, de esta manera: Partiendo de cuatro pilares dispuestos en los ángulos de un cuadrado, unámoslos de dos en dos con arcos semicirculares (llamados de medio punto), primero en los lados y después a lo largo de las diagonales.

Estos arcos, con los pilares, definen en el espacio el esquema de una bóveda de arista con sus soportes. Esta bóveda será un poco distinta de la descrita anteriormente (se distingue porque los arcos son todos ellos circulares en lugar de circulares y elípticos), pero su funcionamiento será el mismo. Los arcos de que hablamos eran, originariamente, simples aristas: el encuentro de dos superficies curvas que forman los paños de la bóveda.


Los constructores románicos tambien utilizan extensamente otro cubrimiento abovedado: la cúpula, cubriendo la intersección de las dos naves que se cortan (crucero) o la nave central en lugar de la bóveda, ésta se levanta sobre trompas o pechinas.

También como estructuras de arriostramiento, pequeñás cúpulas que rodean una cúpula mayor, replicando la técnica utilizada por los esquimales con sus iglús. como podemos ver en esta representación de la Abadía de Cluny.

( Img: www.pangea.org/iesoa/sp/article.php?id_article=336)


Sin embargo, muy pronto se empezó a dotar de un saliente a los arcos que separaban una bóveda de otra. Cuando tal saliente es continuo hasta el suelo, el pilar que separa cuatro tramos adquiere una forma de cruz: un núcleo central con cuatro salientes. Este pilar cruciforme, como se le llama, es muy frecuente en las construcciones románicas.

El proceso, sin embargo, puede extenderse. También se pueden dotar de un saliente -llamado nervio- a los dos arcos diagonales, haciendo después proseguir el nervio hasta el suelo a lo largo del pilar.

Se obtendrán, así, cuatro nervios que separarán los paños de la bóveda. Y el pilar correspondiente tendrá, además del núcleo central, ocho salientes: es el llamado pilar polistilo.

 

Esta forma de tramo, compuesto por una bóveda de arista con nervios (llamada bóveda de crucería) que se apoya en pilares polistilos, es la más típica y refinada expresión de la arquitectura románica. Tiene dos significados: estructural y estético. Desde el punto de vista estructural, el invento del nervio tiene una importancia fundamental. Muy pronto se comprendió que por él pasan las mayores fuerzas de toda la estructura, que el resto de la bóveda servía más para cubrir el espacio que para sostener efectivamente los pesos de la cubierta. Lo que llevaría, finalmente, a considerar las zonas entre un nervio y otro nada más que como un relleno, algo que los nervios debían sostener.

Era el inicio de esa concepción de arquitectura como esqueleto portante revestido por una fina piel de piedra o de vidrio que pasaría a ser típico de la arquitectura gótica (que es al mismo tiempo superación y continuación de la arquitectura románica). Desde el punto de vista estético, o compositivo, el tramo realizado de esta manera puede ser considerado como el módulo de la construcción románica, es decir, como el elemento que, repetido y añadido, constituye todo el organismo.

La mayor parte de las construcciones románicas, de hecho, no son sino una serie de tramos unidos por los lados y dispuestos para formar la planta, es decir, la organización de conjunto deseada. Sin embargo, el discurso sobre el tramo aún no ha acabado: otros elementos derivan de su adopción. La bóveda de crucería apoyada en cuatro pilares no es, de por sí, una forma estable: tiende a abrirse, es decir, a empujar los pilares hacia el exterior, derribándolos. El modo más simple de obviar este inconveniente es juntar un tramo a otro igual.

De esta manera, tendremos, sobre los pilares comunes a dos tramos, dos empujes iguales y contrarios, que se contrarrestarán garantizando el equilibrio de toda la estructura. Pero también esta unión deberá, a su vez, apoyarse en algo. La iglesia, en resumidas cuentas, podrá estar constituida por una serie de tramos (normalmente cuadrados y dispuestos de tal manera que forman una cruz en planta), pero resolviendo tres puntos débiles, donde los tramos acaban: la fachada, el fondo o cabecera y los lados del edificio.

La solución más simple es la del fondo, donde generalmente la iglesia termina con uno o más nichos semicirculares cubiertos por una media cúpula: los ábsides.

Esta terminación, por su estructura arqueada, se opone con éxito al empuje hacia el exterior de la serie de tramos.

(Img: Monasterio de San Martí de Canigó. Languedoc-Roussillón)

La fachada plantea ya un problema más complejo. Normalmente, es un muro liso, en el que se abren las puertas de acceso al edificio. Por tanto, es fácil, o por lo menos posible, que sometida al empuje de la estructura abovedada se venza hacia afuera.

Las soluciones a este problema pueden ser múltiples, y los arquitectos románicos las experimentaron todas. La más simple es la de engrosar fuertemente el muro, de tal manera que su espesor garantice contra todo inconveniente. Sustancialmente igual, pero más refinada y mucho más difundida, es la solución mediante contrafuertes.

Cuando el tramo, o los tramos terminales, de una iglesia se apoyan en la fachada, no ejercer la misma presión sobre todo el muro, sino sólo en los puntos en los que, si se tratase de un tramo normal, estarían los pilares. Bastará, por tanto, para eliminar todo riesgo, reforzar adecuadamente estos puntos. Lo cual se hace apoyando en el muro de la fachada grandes contrafuertes o estribos exteriores que, por su espesor resistan el empuje que sobre ellos ejerce el tramo terminal.

(Img: Monasterio de San Martí de Canigó. Languedoc-Roussillón)

 

El contrafuerte es uno de los elementos más visibles y característicos de las construcciones románicas o por lo menos de muchas de ellas. Dada su colocación en correspondencia con cada fila de pilares del interior, los contrafuertes de la fachada denuncian también, indirectamente, el número de divisiones internas de la iglesia, es decir el número de naves.

Finalmente, existen y se utilizan en algunos lugares, soluciones mucho más complicadas. Es evidente, por ejemplo que si adosamos a la fachada dos torres, o un pórtico, o una serie de ábsides como los del fondo, creamos un conjunto que automáticamente resuelve el problema del empuje hacia aquel lado.

Ver página de contrafuertes

Queda por último, más comprometido y al mismo tiempo más determinante para la ordenación del organismo románico, el problema de los lados. También aquí, existen diversas maneras de resolver el mismo problema.

Si la iglesia tiene una sola nave, es decir, si sus tramos se apoyan directamente en los muros, se puede adoptar la misma solución de la fachada: espesar mucho el muro o adosarle contrafuertes que correspondan a los ángulos (puntos de imposta, como dicen los arquitectos) de las bóvedas.

Pero la iglesia de nave única es una excepción en la arquitectura románica. La forma más típica de la iglesia, en la época, es la de tres (o más raramente cinco) naves: una central, con los tramos mayores, y otra menor (o dos) a cada lado, cubiertas también con una bóveda.

Está claro que el empuje de las bóvedas laterales hacia el interior tenderá a equilibrar el de las bóvedas centrales hacia el exterior. Puesto que las dos bóvedas no son iguales (generalmente la nave menor mide la mitad de la mayor), quedará un empuje residual. Este se absorberá o con una ulterior -y más pequeña- nave lateral, o con un moderado engrosamiento del muro, o con una serie de contrafuertes adosados a los muros laterales. Tal sistema se utiliza, con variaciones de mayor o menor grado, en muchísimas iglesias de la época.

Entre estas variaciones, dos merecen una mención particular, por su importancia y representación: la llamada "lombarda " (dado que su mayor ejemplo es la iglesia de San Ambrosio en Milán), y la que podemos llamar "normanda", ya que se desarrolló, o encontró su máxima expresión, en Normandía y en los países conquistados por los normandos, es decir sobre todo en Inglaterra.

(Img: Maqueta del Monasterio de San Martí de Canigó. Languedoc-Roussillón)

Este sustancialmente, es el organismo típico de la iglesia románica, la sucesión de funciones y de formas conexas que forman un "estilo". Estilo que no acaba en la elaboración de esquemas de construcción. Añade a ellos una nutrida serie de elementos decorativos y un cuadro casi inagotable de variaciones.

Elemento decorativo, más que funcional, es uno de los componentes mayores de la arquitectura románica: el arco. En la casi totalidad de los casos, tiene un perfil semicircular, es decir de medio punto. Muy a menudo, este arco está perfilado, o sea, se acentúa con una moldura más o menos elaborada que marca su perfil. Con frecuencia, tal perfil, o la parte inferior del arco, va decorado con piedras de distinta tonalidad, o bien con piedra y ladrillos: una dicromía, es decir, un juego entre claro y oscuro, que es uno de los más pintorescos y frecuentes elementos decorativos del arte románico.

( Img: Palau dels Reis de Mallorca de Perpignan.)

Otro motivo a mitad de camino entre lo funcional y lo decorativo es el rosetón: ese gran círculo calado y vidriado que aparece como la principal ornamentación de la fachada (y a veces, pero mucho menos frecuente, de los lados de la iglesia) y hace de amplia y decoradísima ventana. El rosetón es a menudo la mayor fuente de iluminación del edificio, o por lo menos de la nave. Y ello porque se puso de moda, en época románica, un particular tipo de ventana, que respondía, al mismo tiempo, a exigencias de seguridad y de estética, ya que garantizaba una cierta iluminación, difusa y discreta, con una mínima abertura: la ventana abocinada, es decir, una estrecha fisura, abierta en la pared, que se amplía progresivamente hacia el interior (abocinado simple) o bien hacia el interior y el exterior (abocinado doble). Si esto se refiere a las ventanas, en las puertas aparece otro elemento típico (sobre todo en Francia) : el "trumeau", pilastra esculpida que divide en dos el portal.
El exterior añade, a estos elementos, una serie de esquemas que, una vez más, se refieren al arco: las arquerías ciegas, clásica obra decorativa lombarda, consistente en una franja de arquillos que se utiliza como cornisa decorativa debajo del techo o como moldura entre una parte de la construcción y otra; la logia, o sea una serie de arcos unidos formando una o varias galerías en las paredes; y ese característico elemento románico italiano que es el protiro, un pequeño pórtico de entrada, en arco, que precede al portal de la iglesia, y que generalmente se apoya sobre dos columnas sostenidas por animales agazapados (leones, casi siempre).

A estos detalles de orden sobre todo decorativo hay que añadir las variaciones de composición propiamente dicha, es decir, las diversas concepciones que el organismo de la iglesia adquiere en las diferentes regiones en las que el románico se ha desarrollada. Es, de hecho, un estilo variadísimo, que sobre un espíritu unitario ha acoplado una infinita serie de diferencias, de escuelas y expresiones locales, más o menos importantes. Y estas expresiones se distinguen precisamente por la diferente composición que el edificio asume en cada caso.

( Img: Catedral de Elna. Languedoc-Roussillon.)

Vale la pena observar, finalmente, tres elementos que aparecen un poco por todas partes, y que, por tanto, no se pueden atribuir a ninguna escuela local, pero que muy frecuentemente se hallan presentes. El primero, es la alternancia de los pilares, es decir, la sucesión de pilares mayores y pilares menores, o de pilares y columnas, aun cuando no esté justificado por particulares razones de construcción, hasta cuando no existen bóvedas que sostener: lo que no se puede explicar si no con la simpatía de la época por construcciones de alguna manera ritmadas. (1)

( Iglesia de Villafranca de Conflent. Languedoc-Roussillon)

El segundo, es la presencia, muy difundida, de una cripta, o sea de una pequeña iglesia, generalmente abovedada, totalmente o en parte subterránea y colocada bajo el altar mayor de la iglesia, cuya función es la custodia de los tesoros y de las reliquias.

(Img: Santa Maria del Mar. Barcelona)

Por último, la existencia, limitada a pocos ejemplos, pero significativa, de iglesias redondas -dedicadas generalmente al Salvador, y construidas quizás a ejemplo de la iglesia de la Pasión de Jerusalén- que dan una versión muy particular del románico.

( Img: Iglesia de la Veracruz, en Segovia, atribuída a los templarios)

 

Notas:

1) Es habitual contraponer a la luz del gótico la oscuridad del románico. Esto no es totalmente cierto, por rest motivos: el primero, muchas iglesias románicas tienen elementos posteriores, retablos, etc, que reducen la entrada de luz a través de la cabecera.En segundo lugar, la policromía se ha perdido en su mayor parte: los templos estaban estucados y sus paredes cubiertas de frescos. Igualmente la talla escultórica, por lo que la luminosidad era bastante mayor de la que vemos ahora. Finalmente recordemos que los buenos fotógrados enmarcan en negro sus fotografías, porque saben mejor que nadie que la oscuridad realza la luz. De ahí que el tratamiento de la lundo luz en el periodo románico es mas sutíl de lo que parece a primera vista.





I glesia de San Vital, en Rávena (año 547)
Interior de la Basílica de Santa Sof{ia, en Constantinopla (año 537).
Corona esmaltada dete, gría

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