(Texto de Michel Romiex,de la Universidad de Chile.
El artículo trata sobre la relación entre
arte ,artesanía y el hombre)
Huellas de manos en las pinturas rupestres
de Altamira, en Santander.
( Img: www.nulladiessinnemeditatione.com/cuevas_de_altamira.htm) |
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No sabemos en qué momento de nuestra historia
zoológica, la naturaleza nos dio un esquinazo
en el que perdimos nuestros instintos y surgimos como
seres con las mismas necesidades que los otros primates,
pero sin el apoyo de los automatismos que la herencia
entregaba. Fuimos la primera y única especie
animal poseedora del conocimiento de su ignorancia.
Conscientes de nuestra vulnerabilidad, nos creamos a
nosotros mismos.
El
animal que pueda coger una piedra y golpear a otro para
arrebatarle el alimento, y posteriormente compartirlo
con los suyos, es un ser humano. Si éste conserva
la piedra para futuros usos, es un técnico. Si
enseña su manejo, es un maestro. Si la pule y
la graba es un artista. A partir de ahí, su temor
y su éxito lo hacen pensador, filósofo,
mago y sacerdote.
El complicadísimo proceso, que suponemos simultáneo,
dio nacimiento al lenguaje, a la organización
social, a la técnica, a las creencias y nos convirtió
en palomas de pico de acero, en fieras sin colmillos
y en seres que luchan con su naturaleza para ascender
a no se sabe dónde, ayudados de la bondad más
absurda o del odio más inconsecuente.
Resumiendo, el hombre es un animal con una herramienta
en la mano, cuyas aspiraciones locas se expresan en
una técnica sobreelaborada a la que llamamos
arte, en un esfuerzo por compartir sentimientos y percepciones.
No abundaremos sobre el origen del hombre y sus habilidades,
tema que pertenece a otro ámbito, pero sí
justificaremos nuestra generalización. En algunos
casos, muy pocos, la ignorancia se convierte en virtud.
Cualquier región puede visualizarse como un solo
conjunto, utilizable como modelo. La falta de datos
reemplaza la necesaria perspectiva, desvaneciendo los
detalles y resaltando las estructuras del conjunto.
Por lo tanto hablaremos del herrero, del escultor, de
la sociedad, de su arte, como si fueran una sola cultura.
Nos referiremos al indígena no porque consideremos
su arte y su técnica como parte del arte primitivo,
sino al contrario, por su extraordinario parecido con
nuestro presente. Lo utilizaremos como un espejo lejano
en el que nos reflejamos de manera simplificada. Parafraseando
a Clyde Kluckhohn, cada hombre es:
Parecerá un contrasentido el referirnos a las
técnicas de la edad del hierro como modelos aplicables
a nuestras realidades, pero para el estudioso de las
artes, existe siempre la misma relación entre
los medios empleados y la desproporción de los
resultados en la obra lograda.
El artista es aquel que, cometiendo la "Felix
culpa" se atreve a producir, aceptando el riesgo
de una profunda inadecuación entre los medios
y la obra, entre ésta y el proyecto, entre lo
real encarnado y lo posible. (2)
Cuanto más elemental es una técnica, más
evidente se hace la ambición del realizador.
Un ilustre africano L.S. Senghor dice: "El artista
es el Homo faber que se realiza en Homo Sapiens.
Es más, el arte es un aspecto de la producción.
Es el que da su forma, su estilo, su sello de humanidad
a la producción." (3)
En el mundo tradicional no hay separación del
artesano con el artista. E1 concepto de artista es propio
de las altas culturas. Está referido a la aparente
inadecuación de la obra a todo fin práctico.
Los artesanos buscan repetir formas establecidas, en
su armonía y aceptación, en objetos utilitarios
pero, a pesar de ello algunos logran sobrepasar ciertos
límites intangibles, obligándonos desde
la lejanía a calificarlos como artistas. A su
vez, en nuestras sociedades, los artistas manipulados
por la moda, semejan ser sumisos artesanos.
Es el ejemplo del herrero, al que hace referencia el
escritor africano C. Laye en "La mirada del rey",
la ambivalencia del concepto de artesanía: "¡Qué
puede ser una hacha! Las he forjado por millares, pero
ésta será la más bella; todas las
anteriores no fueron sino experiencias para llegar a
ésta, será la suma de todo lo que he aprendido,
esta hacha será como mi vida y el esfuerzo de
toda ella. ¿Pero qué puede hacer el rey
con ella?, la aceptará, así lo espero
y tal vez se dignará admirarla; pero sólo
la aceptará y la admirará para darme gusto.
El hecho es que existen muchas hachas infinitamente
más bellas y más mortíferas que
todas las que puedo forjar. A pesar de eso la forjé...
Posiblemente porque no puedo hacer otra cosa. Puedo
ser como los árboles, que sólo pueden
dar una clase de frutos. Debo ser como los árboles...
A pesar de todos los defectos, y tal vez porque soy
como los árboles y que carezco de medios apropiados,
el rey considere mi buena voluntad. ¿Pero y el
hacha en sí?" (4).
El novelista africano, expresa las dudas del creador
artístico por la boca de un artesano, señalándonos
como para ellos también existe esa extraña
vida propia que adquiere los objetos y los actos que
llamamos artísticos.
La técnica es consecuencia de una larga tradición
y en ella confluyen innumerables contactos culturales,
como también el comercio necesario para el aprovisionamiento
de las materias primas.
La obra de arte es el testimonio de un nudo de relaciones
; los materiales, las formas, los significados, que
se filtran al cruzar las fronteras étnicas. Sólo
los resultados son originales. Tanto el objeto producido
como su artífice, tienen raíces fuera
de su mundo. Son parte de la historia humana que los
hace comparables. Razón por la cual todo objeto
producido por el hombre nos concierne. Es reflejo de
las mismas profundas necesidades. El arte ya sea africano,
asiático o americano es equivalente en cuanto
los mecanismos que motivaron su creación. Más
adelante veremos manera de desentrañarlos.
El artesanado es el resultado de una exigencia de perfección
que implica la división más absoluta del
trabajo. La especialización en una sola actividad
productiva acarrea una nueva forma de estratificación
social, referida únicamente a la actividad realizada.
Esa mezcla de admiración y rechazo, causada por
el temor, el prejuicio y el deseo hacia las habilidades
extremas, se expresa en la estructura social, la división
de los roles masculinos y femeninos, en las clases sociales,
o como en los casos africanos, en dos curiosas castas
: los herreros y los griole. Dueños
los primeros de las manualidades y la magia, los segundos
de las tradiciones y los cantos. Se consideran a sí
mismos como esclavos de todos, pero de nadie en particular.
Temidos y despreciados o, en ocasiones, amados y admirados,
orgullosos de ellos mismos, necesarios a sus sociedades,
conforman uno de los paradigmas de las actitudes hacia
las artes en nuestra sociedad.
El orgullo de estas castas les permite permanecer al
margen de su sociedad. En la aceptación de su
marginación crean las condiciones para la libertad
de sus oficios. Son extranjeros entre los suyos, no
comparten sus problemas : el herrero no usa las herramientas
que produce ; el "griol" solo canta las alabanzas
de los otros. actúan si son llamados, ya que
el uso de sus habilidades está destinado a los
demás, nunca a ellos mismos. Así señalan
una de las condiciones del arte. El pertenecer a sus
amantes y no a quienes lo crean.
El objeto adquiere su verdadera categoría en
la adquisición y uso que la sociedad le da, permitiendo
las lecturas que reciben las obras en el transcurso
del tiempo histórico, sus cambios permanentes
de función y significado, que enriquecen el recuerdo
de su autor independientemente de su voluntad e intención.
El arte, y en especial las plásticas, se han
debatido en un mar de confusiones durante el siglo XX.
De humilde oficio, el "arte" pasa a la categoría
de ciencia o filosofía social, transformándose
con el correr del tiempo, en un instintivismo igualmente
exagerado y falso.
"Por una parte, la tradición Cézanne-Picasso:
esfuerzo de transformación de un objeto dado
y, por otra, la tradición de Gustave Moreau-Dalí:
pintura realista de un tema imaginario". A esta
visión de Roger Caillois, debemos añadir
la de Lévi-Strauss: "Uno comprende entonces
porqué la pintura abstracta, y en general todas
las escuelas que se proclaman "no figurativas",
pierden el poder de significar: ellas renuncian al primer
nivel de articulación (organización de
la experiencia sensible en objetos) y pretenden contentarse
con el segundo para subsistir" (los valores plásticos).
Y añade: "solamente la obra pictórica
es lenguaje, cuando es resultado del ajuste contrapuntístico
de dos niveles de articulación".
Y no podemos dejar a un lado las manifestaciones nihilistas
que dominan el presente, que quedan resumidas en "l'objet
trouvé" de los surrealistas y el "ready
made" de Duchamp. Lo demás son variaciones
de una misma desgracia, la permisividad de la sociedad
contemporánea hacia la obra de arte, causada
por la pérdida de importancia de ella, ante la
industria y la acumulación monetaria.
En el mundo posmoderno, la riqueza no necesita ser
simbolizada, ella misma se representa y reúne
en sí todos los prestigios, no requiere del gasto
"conspicuo"; el prestigio se basa en la pura
exhibición del poder económico. En oportunidades
el arte se hace parte del baile de los millones (los
Lirios de Van Gogh), o pasa a ser un producto destinado
a los museos.
El uso del arte indígena, me permite obviar
los conflictos entre escuelas y tendencias contemporáneas
de las plásticas, facilitándome el planteamiento
que realmente ocupan las artes dentro de las actividades
humanas.
El impacto de las artes africanas en los artistas de
principio de siglo, borró los conceptos de progreso
histórico de las artes. Instauró una igualdad
entre los artefactos resultantes de las diversas culturas
y épocas. Convirtió lo antiguo en moderno
y lo primitivo en actual. E1 concepto de arte incluyó
las obras de la América indígena, de Asia,
rompiendo el etnocentrismo victoriano. Rescató
del gabinete de las curiosidades, de las colecciones
etnográficas y de los estudios arqueológicos,
los resultados del arte de la mayoría de las
culturas de la humanidad, integrándolos a nuestro
presente, restituyéndole su atemporalidad.
Pero también dio paso a una falsa ingenuidad,
que pretendía un retorno a la inocencia del niño,
del indígena o del loco.
El poder del hombre no lo ha hecho dueño del
secreto del olvido. El artista continúa siendo
un cautivo de su de su historia personal, de su presente,
de su cultura y su obra, siguiendo su propio camino,
que lo destina a la ausencia o a la permanencia en la
memoria de los hombres.
Logramos la simplicidad, alguna vez, pero sólo
a través de la más depurada sofisticación.
Picasso y Miró no son primitivos, ni infantiles;
su creación es fruto del más grande refinamiento
de nuestra cultura. Ellos traspasan las fronteras de
occidente y de las artes. El arte se liberó de
lo obvio y de la técnica, pero no de su condición
de ser una excepción, dentro de las obras de
los hombres, ni de su poder de conmover, ni de su relación
con la sociedad.
El arte, es para mí, la disculpa grandiosa que
se da el hombre para ser. El crear objetos que signifiquen
algo para sí mismo y para la sociedad, es la
única gran justificación de la "vida
humana". El arte es la expresión máxima
de esa vida, que provoca el encuentro entre quienes
lo hacen y quienes lo gozan.
Mediante aquello que nos ha ido entregando la primatología,
la paleontología humana, la etnología
y la historia, vemos que desde el principio hasta hoy,
la moderna especie Homo sapiens sapiens presenta
una serie de constantes que conforman la cultura. Técnicas
para dominar el medio, estructuras de dominación
que organizan la sociedad, creencias y conocimientos
que los justifican y un vasto sistema de comunicación
que expresa lo anterior.
Este conjunto es aquello que los antropólogos
llaman "cultura", y de la cual forman parte
las artes.
Con frecuencia éstas son el único contacto
posible con algunos grupos humanos, lo que nos lleva
a identificar esas manifestaciones como su cultura.
En realidad son solo la máscara que recubre un
mundo de ideas y significados, perdidos para nosotros.
Por el hecho de ser sus congéneres, indefectiblemente
reviven en nuestra interioridad emociones que no deben
estar muy alejadas de aquellas que motivaron a sus primitivos
creadores. Pero los significados han desaparecido para
siempre, los fragmentos de código que perduran,
no son suficientes para reconstruir normas y creencias.
Los mundos perdidos dejan en el arte su sombra, obscurecida
por el tiempo, esfumada la comprensión de las
ideas que representa. La obra pierde su contenido fáctico
el que es reemplazado por la reinterpretación
museológica o estética, que ya no está
referida a la creencia, de la que era herramienta comunicante.
Serán las formas y los equilibrios, los trazos
y los colores, la habilidad de la factura, los elementos
que trasmitirán las sensibilidades desde las
manos del artesano. "¿Los pintores de Lascaux
poblaron el Universo de dioses o de genios? ¿Imaginaron
un lugar para las almas de sus muertos? ¿Juzgaban
el incesto abominable, meritorio o indiferente? Preguntas
vanas. ¿Pero quien dudaría que veían
un ciervo igual a como lo vemos nosotros? Y que guardaban
en su memoria un recuerdo o una imagen a partir de la
cual eran capaces de formar el proyecto de una figuración
de estos animales en su ausencia" (5).
El arte tiene una historia, pero no una evolución.
Los sentimientos y estímulos que provoca este
tipo de manifestación, son los mismos para un
hombre del paleolítico o para un artista del
posmodernismo. El arte es un atributo de la condición
humana, es el alma de la cultura, es aquello que puede
permanecer después de la muerte. Es la herramienta
para trascender y superar nuestra condición animal.
El tiempo hace de filtro invisible por el que destilan
las artes, dejando sobre su delicado tamiz, solo aquello
que es imperecedero para la memoria de los hombres.
La selección se efectúa sin respetar las
modas, ni los gustos particulares; la calidad y la fuerza
interpretativa de las creencias y de las emociones que
éstas provocan, liberan la emoción estética.
Esta emoción, encuentro tangencial del artista
con su público, no es una comunicación
a nivel de los significados, sino al de las necesidades
que confluyen en estos.
Aquello que podamos escribir sobre las artes plásticas
corre el peligro de desviarse de su objetivo explicativo
y convertirse en una expresión paralela, poco
pertinente. E1 uso de las formas y los colores corresponde
a necesidades de expresión no traducibles al
lenguaje articulado, a no ser que éste busque
un equivalente artístico, cuyo valor lo hará
independiente de los valores plásticos que pretendió
traducir, adquiriendo méritos poéticos
propios.
Es el riesgo que corremos los que pretendemos explicar
el arte. La emoción estética, provocada
por las formas, no tiene equivalente en el lenguaje,
así como el idioma poético no lo tiene
en el color o en los volúmenes.
Las percepciones provocan nuestras respuestas, y es
en este impulso o necesidad de comunicación donde
encontramos las equivalencias de las artes, pero nunca
en su realización, que son maneras independientes
de expresión.
En el arte del indígena se dan las mismas relaciones
que en el arte de cualquier lugar, conformando bajo
este aspecto, una serie de paradigmas aplicables a nuestro
presente. La larga evolución del cortex de nuestro
cerebro, y su específica conexión de manos
y ojos, junto al desarrollo de la habilidad técnica,
entrega la resultante.
En relación al origen cultural o a la época
de una determinada manifestación artística,
las equivalencias se dan en otro plano. Son los mismos
ojos y por lo tanto las mismas percepciones visuales,
las de un inglés, de un dogón o de un
maya. Las variaciones encierran los significados proporcionados
por la cultura. Son ojos y manos de hombre los que expresan
las necesidades reiteradas de africanos, de asiáticos
u occidentales, antiguos o modernos. Es este principio,
el de la unidad de nuestra especie, el que nos permite
usar la belleza de los objetos de los grupos elementales
como paradigma del arte. En ellos se refleja la estructura
de la sociedad a la que pertenece. En su momento, fue
una herramienta de la comunicación y parte de
un complejo sistema de ideas; actualmente, resto hermoso
de un código perdido.
El americano, el asiático o el africano, en
su condición de hombre, desvió la utilidad
de la herramienta convirtiéndola en expresión
de sus sentimientos, instaurando un lenguaje de comunicación
social, en el que se rebalsó lo individual en
favor del grupo y la cultura. Simultáneamente,
el contenido emocional limitó la importancia
de la técnica y magnificó la significación
de la obra.
A partir de ese momento primigenio para la especie
humana, el arte africano, europeo, asiático o
americano, es propio y nuestro. Obedece a imperativos
semejantes de comunicación, que al realizarse
nos llena de una extraña seguridad, de una difusa
alegría que llamamos placer estético.
En el mundo primitivo, como en el nuestro, las fuerzas
internas que unifican el mundo social necesitan una
justificación. La norma (la pauta), debe ser
apoyada por la creencia, sea esta mito, magia o religión
(en el mundo moderno, ley, código, ideología
o partido). Norma, que debe ser comunicada. Pero sólo
el arte logra transmitir las ideas sobre las que se
basa. La complejidad de éstas, mezcladas con
los sentimientos que ellas mismas estimulan, encuentran
una vía de significación: la síntesis
que proporciona el arte.
El mito, la magia, la religión, etc..., deben
ser enseñadas de generación en generación.
El juego y la mirada maravillada de los niños,
nutre la fuerza de la tradición. Aprendemos a
creer durante la infancia, mediante el arte de los adultos.
Nuestros juegos y ritos, los múltiples símbolos
sociales, son la causa y el resultado de nuestras culturas,
incomprensibles sin la consistencia interna que le proporciona
el arte.
© 1997 Programa de Informática, Facultad
de Ciencias Sociales, Universidad de Chile
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