(www.geocities.com/romanicojeda/introduccion.htm)
PINTURA Mucho de lo que en el campo pictórico
produjo el románico se ha perdido: frescos,
tablas, ilustraciones de libros y pergaminos.
Y no puede decirse, naturalmente, que lo que se
ha conservado sea lo mejor que existía.
Esto es, de todos modos, suficiente para poder
afirmar, con toda seguridad, que la pintura románica
ha operado a toda posible escala para este arte:
no sólo sobre tabla (el cuadro propiamente
dicho), sino también en la decoración
de los edificios y - en el extremo opuesto- en
la ilustración de lo muy pequeño:
las letras y las páginas de los códices.
La decoración mural se realizaba con pinturas
al fresco, es decir, extendiendo los colores sobre
una capa fresca de cal, que los absorbía,
o con mosaicos. Estos últimos son casi
una exclusiva de Italia, el país que mantenía
mayor contacto con la cultura bizantina, en la
que los mosaicos tenían una importancia
decisiva para la decoración de los interiores.
En cuanto a la pequeña dimensión,
se desarrolla una verdadera especialidad: la miniatura.
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Los esquemas y las técnicas varían,
naturalmente. Pero no tanto como puede parecer a
primera vista. Ante todo, los temas son en gran
parte iguales, comunes también a la producción
escultórica del tiempo y obedientes a los
mismos conceptos de divulgación por imágenes
de la fe y de la historia: episodios del Viejo y
del Nuevo Testamento, vidas de santos, ilustración
de las actividades humanas, vicisitudes de leyendas
o de glorias pasadas. En resumen, todo aquel conjunto
de argumentos que entonces se llamaban (y el nombre
ha quedado) "moralia", relatos con contenido
moral. En segundo lugar, en parte son iguales los
medios de expresión. La pintura románica,
como todas las artes de este período, se
fija más en el efecto que en la elegancia.
Y está más atenta al relatar que al
decorar. Utiliza con frecuencia colores vivos, incluso
violentos, creando imágenes que a veces parecen
desmañadas, pero siempre eficazmente expresivas.
Como la escultura de la época, ha abandonado
ya todo canon o tradición que se relaciones
con las experiencias del arte clásico antiguo.
Así, los artistas ya no se esfuerzan en dar
realismo al fondo sobre el que se mueven sus personajes.
cuando aluden al ambiente natural o ciudadano en
que se desarrollan sus historias, lo hacen con medios
simbólicos: una planta para significar el
Paraíso Terrenal, una serie de rayas para
simbolizar el mar, etc.; y ni siquiera se preocupan
de la notoria irrealidad de lo que dibujan. Por
el contrario, no sólo deforman las figuras,
sino que utilizan tal deformación para acentuar
la actitud expresiva del conjunto, llamando la atención
sobre los detalles más significativos, exagerando
las posturas para hacer más evidentes las
situaciones. Ayudados, en esto, por un elevadísimo
sentido del ritmo y de la estilización. Y
podemos decir que la composición estilizada
y rítmica según esquemas repetitivos
(muchas figuras dispuestas siempre igualmente, por
lo general con una andadura horizontal, o bien simétricamente
ordenadas alrededor de un punto de interés
central) es uno de los elementos más comunes
y típicos de las obras románicas.
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Puesto que hablamos de esquemas, convendrá
profundizar en la cuestión. Una pintura,
como todos saben, nunca se compone por casualidad:
se organiza siempre en torno a un núcleo
de líneas, de masas o de colores que constituyen,
por así decirlo, el esquema de una pintura.
Tales esquemas son, las mas de las veces, representables
según figuras geométricas. Y así
sucede también en la época románica.
Ahora bien, contrariamente a cuanto será
típico de otros períodos, los esquemas
románicos, aun siendo simples, hasta inmediatos,
raramente se valen de figuras geométricas
puras: triángulos o pirámides, cuadrados
y círculos. Casi siempre las líneas
o las curvas de construcción están
organizadas en conjuntos de forma geométrica
compleja. En resumen, se trata de una pintura generalmente
abierta en su composición pero estilizada,
o por lo menos poderosamente simplificada, en las
figuras. Finalmente, los colores. Pueden ser muy
vivos o más apagados y con una amplísima
variedad de tonos y gamas. En las diferencias cromáticas,
como en ciertos elementos del dibujo, se basa en
gran parte la crítica para distinguir una
"escuela" románica de otra. Después
del panorama de las características generales,
veamos brevemente sus aplicaciones. Las iglesias
románicas han llegado hasta nosotros, por
lo general, con las paredes desnudas. Pero siempre
se proyectaban así. A menudo, estaba previsto
recubrir todo el edificio, o por lo menos sus partes
principales, con pinturas. Sobre todo se reservaba
tal suerte al ábside y a las paredes superiores
de la nave principal. Tema casi obligado para la
decoración del ábside era el Cristo
en majestad, el Pantocrátor, en su "mandorla"
canónica; y, alrededor de esta figura, la
simétrica muchedumbre de santos, hombres
y poderes infernales expulsados por Cristo: tema
éste tratado a menudo en diversos registros,
cada uno de los cuales ocupaba un capítulo
de la narración. Sobre las largas paredes
de la nave recorre en cambio la procesión
de los Santos y de los personajes de la Biblia:
que avanza también con grandes figuras en
fila o con imágenes más pequeñas
compuestas en registros superpuestos. En Italia,
país muy cercano al mundo bizantino (y muy
influido por él), las pinturas se sustituyen
a menudo por grandes mosaicos con el típico
fondo dorado de origen oriental. Más rara
que la decoración con figuras, pero muy característica
de la época, es la decoración de las
paredes del edificio (y sobre todo de los pilares)
con grandes elaborados motivos geométricos.
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Aparecen finalmente, en las iglesias románicas,
las primeras vidrieras de color, con sus luminosos
colores; un motivo que en el gótico será
fundamental. En lo que se refiere a las miniaturas,
recuérdese que en esta época son verdaderamente
parte integrante de la pintura, de tal manera que
esquemas e influencias de una actividad se encuentran
frecuentemente tomados de la otra. El campo de la
decoración del libro es vastísimo.
Sin embargo, dos son los usos más frecuentes
de la miniatura: la ilustración propiamente
dicha de un episodio, tanto referente al texto,
o no ligado a él, pero considerado de alguna
manera digno de ser incluido; y la decoración
de las letras iniciales de los capítulos
y de los parágrafos. Viveza de colores, fantasía,
habilidad para condensar en poco espacio amplios
y movidos episodios, son las características
mejores de este arte. Que muestra muy bien cómo
en cada campo el mundo románico era capaz
de una coherente -y a menudo genial- validez expresiva.
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Ver Romanico I
Ver Románico II
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